En el fragor de las emociones: Experiencias y demandas desde las universidades públicas de América Latina

Ondean las banderas, resuenan los cánticos, los movimientos estudiantiles se movilizan. Miles de personas avanzan con firmeza hacia la Plaza de Mayo en Buenos Aires, la Plaza de Bolívar en Bogotá, la Casa Presidencial en San José de Costa Rica y la Plaza de la Constitución en Ciudad de México. De sur a norte, estudiantes, docentes e investigadores de América Latina recorren las calles de sus ciudades con una amalgama de demandas pero con un objetivo común: establecer condiciones de estudio y de trabajo dignas en las universidades públicas de cada país.

Los recortes presupuestales, las tendencias a la privatización, la violencia en los campus universitarios, los feminicidios acaecidos dentro de ellos y la cada vez mayor precarización de la labor docente son algunas de las situaciones comunes que aquejan a las universidades públicas y por las cuales las comunidades universitarias, legítimamente, alzan sus voces hoy. La vida en las universidades en medio de esas adversidades deviene en experiencias académicas y científicas desoladoras y hasta frustrantes. Ningún informe, dato o cifra estadística puede dar cuenta de esas afectaciones individuales.

Bajo la égida neoliberal, se enaltecen e implementan sin pudor las medidas que afectan a miles de estudiantes y profesores en sus trayectorias académicas, esto ha sido bien documentado a lo largo de los años por estudios económicos y sociológicos. Ajustes, reajustes, desfinanciamientos, recortes y tercerización son los términos-acciones con los cuales las comunidades de las universidades públicas conviven diariamente. Y aquí “diariamente” se refiere puntualmente a la vida cotidiana de los sujetos, no solo sus proyectos académicos sino su subjetividad plena: las relaciones de pareja y de familia, los sentimientos de inseguridad física, la incertidumbre de sus carreras, el estrés por mostrar resultados cuantificables, el agotamiento tras jornadas de trabajo en 2 o 3 universidades diferentes, solo por nombrar algunas afectaciones. Nada de esto hace parte de las agendas políticas reales, la dimensión subjetiva parece no importar en el discurso político. ¿Es la soberbia mostrada por los políticos en la toma de decisiones una de las causas de la profundización de las crisis de la educación pública y de la ciencia y la tecnología en América Latina? Seguramente.

Por eso son tan importantes las movilizaciones, porque a través de ellas se visibilizan las sombrías condiciones objetivas (estructurales) de las universidades públicas y se expresan las motivaciones subjetivas (individuales) de cada persona, sea estudiante, docente o científica. En las manifestaciones se potencia una energía emocional (como la categorizó el sociólogo Randall Collins) en donde cada individuo se conecta intersubjetivamente con los demás a partir de un objetivo común, pero también a partir de emociones comunes. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo en América Latina: la explosión de una serie de demandas comunes que se recombinan con la multiplicidad de experiencias vividas dentro del multiverso que constituyen las universidades públicas.

Lo que quiero plantear es que, a pesar de la multiplicidad observable, los sentimientos de indignación, de rabia, de repudio (pero también de empoderamiento y de orgullo) por parte de los estudiantes de los diferentes países laten al unísono cuando están en las calles gritando al mundo sus demandas varias. Y pienso, también, que esa conjunción de sentimientos es precisamente lo que permite hacer comparable el movimiento estudiantil en toda América Latina: hipótesis para una sociología y una antropología de las emociones. Cada caso, es decir, cada movimiento estudiantil tiene una singularidad y una historia que no se pueden negar. Veo, empero, a través de fotos y videos que me llegan del extranjero a través de las redes sociales, que en la defensa de las universidades públicas de nuestra América re-existe el mismo fragor exultante: el sentimiento irreversible de generar cambios hacia una mejor educación pública.

Ante esta oleada –legítima, repito– que emerge de las universidades vale la pena, para comprenderla mejor, hacerse las siguientes preguntas: ¿por qué una vez más en Argentina?, ¿es un nuevo despertar del movimiento en Colombia?, ¿qué está pasando en Costa Rica?, ¿se viene algo similar a lo vivido en 1968 en México? Y la meta-pregunta: ¿cuáles son los motivos de fondo para que los gobiernos de América Latina vean con desdén a las universidades públicas y a sus comunidades? La pregunta es válida ante la evidencia empírica: represión de la fuerza pública a las manifestaciones, estigmatización y criminalización de estudiantes y docentes, incumplimiento total o parcial de los acuerdos pactados en las mesas de negociación o, peor aún, silencio total ante sus demandas.

Mientras tanto, los estudiantes y sus profesores siguen avante por el difícil y hasta peligroso camino de la defensa de la universidad pública. Día a día, la noche que toque, lluevan gotas de agua o gases lacrimógenos, los estudiantes estarán ahí para recordarnos que una educación pública digna, segura, gratuita y de calidad sí es posible. Lo mínimo que les debemos es nuestro reconocimiento en las letras y nuestro apoyo en las calles.


Fotografía de portada: Ollin Pix

Esta entrada tiene un comentario

  1. M.A. JACOB TONATIÚH GONZÁLEZ HERRERA

    Efectivamente, la educación es donde parece que la violencia estructural es donde mejor se manifiesta ya que están bien definidos en forma y fondo los escaños que se deben seguir para generar la violencia, desde el actuar universitario o “mal” actuar, hasta autoridades, recursos y gobierno mismo, el sector de la educación pareciera que hasta es caldo de cultivo para estos problemas sociales, quizá falta mucho que reorganizar y priorizar en la educación, es cierto no podemos tener docentes que atienden en 2 o 3 universidades y se desgastan en todos los aspectos por la búsqueda de un sueldo digno, docentes que dejan la investigación de lado por la misma falta de recursos, autoridades “vendidas”, y alumnado que en lugar de sumar, resta, pareciera que esto es algo nuevo pero lamentable mente no, como bien cita, esto ya se dio en el 68,… que nos espera ahora. ¡saludos!

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