La construcción viral de la realidad. Apuntes sociológicos desde la pandemia 2020

El 23 de enero de este extraño 2020 escribí lo siguiente: «Termina una jornada laboral más y miles de personas se movilizan hacia sus casas en el transporte público de la ciudad. Voy en el metro y a mi alrededor muchas de las personas que alcanzo a avizorar en el congestionado vagón en el que estoy observan, quedas –casi inmóviles–, las fotos y perfiles de otras personas en sus teléfonos celulares. No dudo en que uno de los ideales de muchas de esas personas es encontrar una pareja sentimental en esas redes sociales. Esa es nuestra realidad actual».

Cuando escribí esas palabras, motivado por la serie de Netflix llamada Osmosis1, ya había oído hablar de un virus que se había descubierto en China y que estaba afectando a los humanos. Sin embargo, en ese momento sentía extraño y lejano aquel virus, no creía que pudiera afectar «mi realidad actual». ¡Cuán equivocado estaba! Debo confesar que mi sentido sociológico falló enormemente al no enlazar la existencia de un virus con su posible propagación a través de los sistemas de transporte contemporáneos y con los intensos flujos de movilidad humana.

Ocho meses después de haber escrito esas palabras puedo constatar que «nuestra realidad actual» ya no es tal y que ella ni siquiera nos pertenece (en el sentido que se ha construido un orden por fuera de los intereses humanos hasta ahora predominantes). Cuando Berger y Luckmann publicaron el libro La construcción social de la realidad en 1966 se inició en la teoría social una novedosa corriente de pensamiento que puso en entredicho los postulados estructuralistas y ubicó a los individuos en el epicentro explicativo del orden y del cambio social. La idea general de la construcción de la realidad es que ésta no es dada, sino que se establece a partir de interacciones entre el ámbito individual y el ámbito social. La realidad, según los autores, es una cualidad de dichos ámbitos que son fenómenos que no podemos hacerlos desaparecer.

La idea de la construcción social ha tenido adeptos y contradictores, no es mi objetivo exponerlos aquí. Sí es mi interés, en cambio, retomar dicha metáfora para plantear, casi irónicamente, que nuestra actual y pandémica realidad ha sido viralmente construida. Si para Berger y Luckmann la realidad se construye a través de la socialización y de estructuras sociales, es posible pensar que nuestra realidad a partir de la pandemia se ha construido gracias a la acción silenciosa del virus SARS-CoV-2. Él ha sido capaz de cambiar el orden a nivel mundial.

¿Quién iba a pensar que la presencialidad sería radicalmente erradicada por un virus? ¿Quién se imaginaría que la economía local y global se vería afectada, no por grandes revoluciones, sino por un bicho, como lo han llamado algunos gobernantes? ¿Quién adivinó que un agente biológico iba a influir en la vestimenta contemporánea (pienso en la industria de la moda que ha adecuado sus diseños al uso de cubrebocas y otros accesorios)? ¿Quién habría pensado, antes de la pandemia, en diseñar restaurantes con mesas dentro de cabinas transparentes? Esta es una realidad inexorable, «una cualidad propia de los fenómenos que reconocemos como independientes de nuestra propia volición», dirían Berger y Luckmann (2001: 13). No, por lo menos, hasta que se fabrique una vacuna que logre erradicar el virus o minimizar su impacto en la salud pública.

Estamos entrando en lo que se ha dado en llamar la «nueva normalidad». En términos sociológicos esto quiere decir, llanamente, «cambios sociales». Se busca normalizar ciertos comportamientos sociales e individuales –por su puesto, el uso frecuente y correcto del cubrebocas es el más impactante– para reestablecer el orden perdido. Un virus ha logrado que el saludo de beso y abrazo, tan arraigado en muchas culturas, sea visto como inapropiado. Este virus ha construido un nuevo orden social en donde la interacción, ya no cara-a-cara, sino cubrebocas-a-cubrebocas, «respete» el distanciamiento.

Estoy de acuerdo con Ian Hacking (2001) –crítico de la construcción social– cuando plantea que lo que se construye no son personas, sino clasificaciones de personas; pero, en este caso, la construcción viral de la realidad ha desbordado cualquier clasificación para instalarse físicamente en el cuerpo de cualquier ser humano. No se trata de ideas clasificatorias construidas por instituciones para imponer ciertos intereses humanos… demasiado humanos, sino de un virus con la capacidad de mutar (cambiar su información genética) y, de paso, transformar social y culturalmente a los humanos.

Mi principal interés intelectual está vinculado al estudio de las ciencias. Por eso he de mencionar que nuevos desafíos se presentan ante los científicos de la mano de la pandemia. Es innegable que el virus ha construido, también, una realidad que ha redefinido las prácticas científicas. Por ejemplo, el trabajo de campo de los investigadores ha tenido que ser replanteado y metodologías basadas en el distanciamiento y en la virtualidad deberán ser perfeccionadas. Nunca antes tuvo tanto sentido aquella idea de Isabelle Stengers (2002) en donde plantea que la incertidumbre irreducible es la marca de las ciencias de campo. Hoy, hacer investigación en campo es la más evidente de las incertidumbres, sea para las ciencias sociales o para las ciencias naturales.

El SARS-CoV-2 ha logrado imponer un tipo de organización social de la ciencia (Whitley, 2012) que replantea las actividades que hasta ahora parecían normales, inexorables. Las instituciones de investigación científica han tenido que acudir a la creatividad de sus miembros para continuar con las actividades cotidianas; los proyectos de investigación se han tenido que ajustar a esta realidad construida en clave de pandemia; la industria de los eventos científicos y académicos ha tenido que replantearse desde la virtualidad perdiendo clientes, pero ganando usuarios y visitantes desde cualquier parte del mundo…

Sí, estamos ante un orden social construido por un virus, pero esto no quiere decir que vaya a ser siempre así (ninguna construcción –ni social, ni viral– es estática e invariable). «Y si las sociedades antiguas soñaban con actuar a través de lo social sobre lo biológico, las sociedades modernas sueñan con actuar a través de lo biológico sobre lo social» (Salomón, 2008: 235). Hoy diríamos que lo social y lo biológico se han recombinado para hacer parte de una misma realidad. Nuestros ojos –no así los presupuestos públicos– están puestos casi enteramente en las ciencias ante la expectativa de una posible y cercana vacuna; sólo con investigación científica se podrá revertir esta realidad viral. Los científicos son, en ese sentido, los abanderados del futuro inmediato. Ojalá allí seamos capaces de construir sociedades menos pérfidas e injustas, lejanas a lo que entonces será la «vieja normalidad».


1 Ambientada en un futuro muy cercano, la serie explora y explota la posibilidad, los riesgos y las consecuencias de encontrar la «media naranja» mediante una aplicación llamada, precisamente, Osmosis. A través de una serie de algoritmos, la aplicación calcula el porcentaje de compatibilidad con otras personas y de esta manera se establece que tan apta es una persona para ser el amor de la vida de otra.


Bibliografía

Berger, P. y Luckmann, T. (2001 [1966]). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Hacking, I. (2001). ¿La construcción social de qué? Barcelona: Paidós.

Salomón, J.J. (2008). Los científicos. Entre poder y saber. Bernal-Argentina: Universidad Nacional de Quilmes.

Stengers, I. (2002). A invenção das ciências modernas. São Pablo: Editora 34.

Whitley, R. (2012 [1985]). La organización intelectual y social de las ciencias. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes.

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Becario Posdoctoral del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

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