La democracia no es simplemente una regla de mayoría. Lo fue en etapas primitivas de su desarrollo, pero ya no lo es. Las constituciones democráticas anteriores a la Segunda Guerra Mundial instituían con mayor ingenuidad la validez de la regla de mayoría y la legitimidad de los actos de autoridad provenientes de los gobiernos así formados. Sin embargo, los horrores políticos del Siglo XX que fueron facilitados y hasta justificados por la regla de mayoría como el nazi-fascismo, obligaron al mundo democrático a pensar en una fórmula diferente que pudiera evitar la barbarie, así proviniera de la voluntad mayoritaria. La expresión seminal más clara de esta restricción la representan la Carta de las Naciones Unidas (1945) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Ambas se refieren explícitamente a que el progreso humano es posible a condición de que se respeten los derechos que derivan de la dignidad de las personas y a que la cooperación internacional sea el único recurso para dirimir conflictos. Proscribir la injusticia y la guerra como herramientas de acción del Estado fue el propósito fundamental de ambos documentos aceptados por los países miembros de la ONU.
Fecha de publicación: 29 de septiembre de 2019
Mención: Francisco Valdés Ugalde
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