Sin romanticismo y con esperanza: ciencia, tecnología y COVID 19

Tenemos ya varios años discutiendo desde distintas perspectivas la pertinencia de la ciencia y la tecnología para la resolución de los grandes problemas sociales. Las agendas de los ministerios y consejos científicos, tecnológicos y de innovación han incluido temas que van desde la definición de ¿qué es un problema social?, ¿cuál es la relevancia de la ciencia y la tecnología para darle solución?, ¿cuáles son las poblaciones qué debiesen ser atendidas?, ¿cómo se construye una agenda científica y tecnológica en concordancia con los problemas sociales? y un gran etcétera.

Las experiencias en el tema son diversas y con distintos tipos de resultados. Destaca que en los últimos años en países como Brasil, Argentina y México se ha puesto en duda la eficacia de los resultados hasta ahora mostrados o percibidos por gran parte de la sociedad. Vale la pena recordar el caso de México, donde se han presentado significativas tensiones entre una parte importante de la comunidad científica y los hacedores de la política pública, donde hay diferencias irreconciliables.

Sin embargo, más allá de los conflictos pasados y presentes, la pandemia por la cual atraviesa el mundo nos pone en una perspectiva distinta. No cabe duda de que el mundo está cambiando y de golpe nos pone de frente con muchos problemas y alternativas en diversos aspectos como: las desventajas y ventajas (inevitables) de la globalidad, la importancia de la comunicación social, la salud mental, la fragilidad de los sistemas económicos y sanitarios de muchos países, el acceso y uso de la tecnología, la capacidad para dar respuesta rápidamente a través de la innovación, el acceso a la información, los distintos tipos de desigualdades, entre otros muchos temas.

No puedo tratar todos los temas mencionados, me concentraré en dos y de manera muy general. El primero es el incuestionable papel que la ciencia tiene en estos momentos; nadie duda que las soluciones vendrán de allí y basta con mirar los grupos de investigación que se han organizado a lo largo y ancho del mundo. Y México no es la excepción, por ejemplo, la UNAM ha convocado de forma extraordinaria a través de su fondo de proyectos tecnológicos a la presentación de propuestas; también leo que en Sonora y otros estados han fabricado la réplica de distintos tipos de respiradores a bajo costo; mientras que el gobierno de Hidalgo ha convocado a grupos de científicos que deseen usar el sincrotón para investigar la estructura molecular y celular del COVID19.

Sin duda, todas estas iniciativas contribuirán de manera significativa para hallar la solución a la pandemia, pero esa solución no es nada sencilla y requiere de muchos más actores, por ejemplo, de las empresas. Porque si bien México tiene una importante y probada capacidad científica, se requiere también de la colaboración con el sector privado ya que, a riesgo de ser sumamente simplista, el proceso y desarrollo de una vacuna requiere de por lo menos los siguientes pasos: a) ciencia básica; b) ciencia post básica; c) ensayos preclínicos en animales y; d) ensayos clínicos (cuatro fases).

Una vez terminado todo ese proceso, se requieren las pruebas que permitan pasar de la producción de nivel laboratorio al nivel industrial; después los registros de propiedad intelectual y permisos sanitarios para su comercialización y finalmente la farmacovigilancia. En promedio todo el proceso puede llevar entre 10 y 15 años y tiene un costo de alrededor de 500 millones de dólares. Aunque cabe mencionar que a pesar de los esfuerzos de investigación y desarrollo hay enfermedades para las que aún no se dispone de vacunas como: la fiebre Lassa, Chikunguña, Zika y la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo.

Entonces, en ese panorama, es muy difícil que sea un grupo de investigación o un laboratorio el que pueda dar una solución a la pandemia en la que estamos inmersos. Sin embargo, a pesar de lo desalentador que se ve el panorama, me gustaría destacar dos cosas. La primera es la velocidad con que se está realizando investigación en el mundo. Haciendo una búsqueda rápida en Google Scholar aparecen 71,700 resultados asociados al COVID 19; si sólo ubicamos los resultados del 2020 aparecen 13,500 artículos que tratan el tema, sin incluir citas ni patentes. Esto nos pone en perspectiva de la rapidez con lo que se está investigando el tema.

Además de la importancia de la ciencia, el segundo tema del que quisiera hablar es el de la tecnología. El cual, en particular en temas de salud tiene muchas aristas y matices, ya que no queda duda que es un sector con una alta concentración de mercado y estructuras oligopólicas que dificultan la competencia. Esto puede explicarse por muchos motivos, pero sólo basta decir que esa estructura obedece en gran medida a los altos costos que mencioné previamente para dar soluciones efectivas. No pretendo discutir cuestiones éticas sobre el tema, tan sólo me gustaría plantear que, ante el panorama actual, sólo los grandes laboratorios cuentan con la capacidad tecnológica instalada para abastecer el mercado mundial que demanda una solución para la pandemia.

Entonces no solamente en términos científicos se va contra reloj, ya que los grandes laboratorios como CureVac, GSK, CSL. Johnson & Johnson, Sanofi, Pfizer y Abbott Laboratories, están inmersos en una carrera nunca vista, donde se pretende que en máximo 12 meses se logré contar con una vacuna probada.

Ya en este momento se reportan por lo menos 20 desarrollos diversos relacionados con el COVID 19 que están en proceso de prueba. De ellos, al parecer los más avanzados son Johnson & Johnson con el desarrollo de una vacuna y Abbott Laboratories con una prueba que en menos de cinco minutos podría detectar el COVID 19. Cabe destacar que ambas farmacéuticas son de las pocas empresas que en medio de las estrepitosas caídas en Wall Street han aumentado el precio de sus acciones entre un 6 y 8%.

Todo el camino que he recorrido en esta pequeña reflexión, sólo me lleva a concluir que, en medio del desasosiego y la incertidumbre, hay algo que debemos saber. La ciencia y la tecnología no paran, cada minuto que pasa sirve para investigar, probar y seguir probando. Ojalá esto nos enseñe a desdeñar menos la labor científica y tecnológica y nos permita una vez más estrechar los lazos de cooperación, tan necesarios entre el Estado, las Universidades y las Empresas. No sin antes olvidar que esa colaboración pasa todo el tiempo por las necesidades de la Sociedad, las cuales están allí presentes todo el tiempo demandando soluciones.

No quisiera romantizar el tema, pero ante el miedo y la frustración que nos ha llevado la crisis es necesario tener un poco de esperanza.

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Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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