Ciencia y mujer

Provengo de una familia de maestros, por parte materna y paterna, y de abuelos maestros, por parte materna y parcialmente por parte paterna: tres generaciones. Por parte materna, mi abuelo, además de maestro, era investigador. Una investigadora mujer puede ser tan buena en su trabajo como un hombre, e incluso mejor, llegado el caso. Debo buena parte de mi formación académica a mi familia por parte materna, y mi madre es, hasta la fecha, investigadora de esta universidad, en la que tiene cincuenta años de labor. No es sencillo siendo una mujer divorciada en un ambiente de origen señorial, el de los latinoamericanistas, y habiendo tenido que sacar adelante un hijo. Ese mundo señorial, en buena medida, ya no está: no estaba exento de machismo, si bien quiero diferenciar machismo y patriarcado, ni de trato a la mujer inteligente como difícil de aceptar. El mundo académico y científico no está, contra lo que se cree, fuera de “la sociedad”: es parte de ella y de sus valores. En el mundo señorial, la mujer no tiene derecho a la existencia propia, por inteligente y gran formadora y científica que sea: es tratada como “prolongación de”, “señora de”, “ex de”, “viuda de” y madre, pero no es nada fácil abrirse camino con mérito propio, por probado que esté. Al mismo tiempo, es posible constatar que, a veces, la peor enemiga de una mujer en la academia puede llegar a ser otra mujer, pese a que, en general, impera desafortunadamente desde hace décadas una competencia que se antepone al trato de iguales entre colegas, entiéndase que pares. Recalcar diferencias ha servido para esa competencia, que incluye la búsqueda de estatus en vez de igualdad.

Por lo que a mí se refiere, más allá de mi familia, en mi formación han contado varias mujeres, docentes en particular, en el bachillerato, pero también investigadoras, en el doctorado. Asimismo, en mis temáticas de trabajo, es frecuente que haya muy buenas investigadoras: por ejemplo (y no cito nombres para no crear susceptibilidades), sobre mentalidades coloniales, existen científicas en México que han hecho trabajos muy valiosos; también las hay sobre la evolución reciente de las mentalidades en relación con el poder, la violencia y la familia. Afortunadamente, estos trabajos permiten entender hasta qué punto sucede que algunas mujeres intercambien roles y, para decirlo no sin ironía, acaben por “mandar obedeciendo”, si por “obedecer” se entiende además “acátese, pero no se cumpla”: esta contraparte suele encontrarse en el mundo señorial.

Muchas mujeres científicas han logrado abrirse camino con su trabajo y, con frecuencia, reivindicando en los hechos la emancipación de la mujer, pero sin olvidar que no debiera hacerse con una diferenciación que termine olvidando, en su reivindicación, que entre mujeres y hombres está ante todo en común el ser personas (y pares), con las similitudes que esto entraña, y no la búsqueda de una condición de mujer como privilegio, presente a su manera en el mundo señorial y hoy como instrumento de competencia. Debería fomentarse lo que existe: el talento de las científicas, sin descuidar lo que las hace humanas y sin apostar a viejos y nuevos privilegios, que no responden al mérito universitario y sensibilidad, sino a un supuesto “ser” contraparte de lo que algunos creen que es el “privilegio de ser hombre”.

#11F

Contenidos creados por la comunidad académica del IIS-UNAM en el marco del Día Internacional de las Mujeres, Jóvenes y Niñas

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Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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