Recuerdo de Rafael Loyola Díaz

Investigador en el IIS, promotor de instituciones académicas y del diálogo entre disciplinas, Rafael Loyola Díaz falleció el 5 de enero de 2021, víctima de la desdichada pandemia de Covid-19. Tenía 68 años. Pocos meses después, el 7 de mayo, a iniciativa de nuestra colega la Dra. Judith Zubieta, el Instituto de Investigaciones Sociales organizó un homenaje en línea en donde leí este texto. He solicitado que se publique para recordar a Rafael a tres años de su ausencia.

Diez rasgos en el trabajo académico y la presencia pública de Rafael Loyola Díaz

1. Rafael Loyola supo apoyarse en la historia para entender el futuro. Dedicó sus primeras décadas como académico a estudiar las tensiones entre la sociedad mexicana y el poder político, especialmente en los años 40 del siglo XX. Ese ha sido un periodo muy escasamente analizado y que él reconoció, especialmente en la historia laboral, como bisagra entre el viejo radicalismo revolucionario y el país que comenzaba a modernizarse.

2. Loyola aprendió a mirar hacia adelante e identificó, como pocos, los temas de vanguardia que los cambios del mundo le planteaban a la investigación académica —sobre todo a las habitualmente rezagadas las ciencias sociales—. Cambio climático, medio ambiente, energías, biotecnología, fueron campos que le interesaron cuando pocos en nuestras ciencias sociales hablaban de ellos. Destacó la importancia de analizar a las migraciones, la transición demográfica, la escasez de agua, la pobreza y la exclusión, la reconfiguración laboral, más allá de los lugares comunes con que se les pretendía observar todavía avanzada la primera década de este milenio. Loyola quería, con gran interés, que nuestras universidades se sintonizaran con la revolución del conocimiento que ya se extendía y ante la cual tardaban demasiado en reaccionar.

3. También antes de que estuviera de moda hablar de multidisciplina y transdisciplina Loyola, sin detenerse en sofisticaciones conceptuales, promovió la convergencia de biólogos y sociólogos, economistas y antropólogos, ingenieros y matemáticos con urbanistas y comunicadores, para entender y proponer en torno a problemas como los antes señalados.

4. Conocedor de las capacidades pero también las veleidades del Estado, Rafael Loyola sabía que a las instituciones públicas de educación superior y de investigación era necesario apuntalarlas y exigirles, pero también defenderlas. Fue inteligente y eficaz conductor de varias de ellas. Se inició en la gestión de esa índole como secretario académico en nuestro Instituto de Investigaciones Sociales, más tarde estuvo seis años en la sede México de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en donde fue Coordinador Académico y Secretario Académico. Luego, durante ocho años, fue director general del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, CIESAS. En la Coordinación de Humanidades de la UNAM, fue secretario técnico de Investigación y Vinculación.

Volvió a comienzos de 2008 al Instituto de Investigaciones Sociales, del que nunca dejó de ser investigador aunque tuviera licencia laboral, y al poco tiempo comenzó a trabajar en la creación del Centro en Tabasco al que dedicó más de una década de esfuerzos.

5. Loyola reconocía que si no es a partir de sus regiones, con un conocimiento enterado de sus circunstancias, resultará imposible que México se ponga al día con el mundo y para la solución de sus rezagos. El Centro del Cambio Global y la Sustentabilidad en el Sureste, A.C. creado en 2012 en Villahermosa, fue posible gracias a esa convicción pero también a la capacidad negociadora que, no sin dificultades y disgustos, Rafael supo desplegar. No fue sencilla la articulación de instituciones tan diversas como la UNAM, el gobierno de Tabasco, la Universidad Juárez Autónoma de aquella entidad y el Conacyt. La peliaguda amalgama de agua, petróleo y cambio climático, fue abordada por las especializadas miradas pluri disciplinarias que Rafael convocó y auspició en ese Centro.

6. Loyola promovió obsesivamente la participación —y desde luego la preparación— de los jóvenes. Le inquietaba sobremanera el estancamiento de nuestras instituciones académicas, acaparadas por viejos que no sólo bloquean el acceso de académicos jóvenes sino que además, con frecuencia, no comprenden muchos de los cambios del país y del mundo. Promovió posgrados y programas docentes y, cuando era posible, la incorporación de jóvenes al trabajo académico.

7. Además, estaba convencido de la pertinencia de la divulgación del conocimiento científico como eslabón indispensable entre academia y sociedad. Rafael fue miembro de numerosos comités editoriales, entre otros en el suplemento Política que hicimos en el diario El Nacional entre 1989 y 1992 y luego del semanario etcétera entre 1993 y 2001. Creó la revista Desacatos del CIESAS. Escribía de cuando en cuando en variadas publicaciones.

8. Rafael Loyola participó en los tenaces esfuerzos para que el desarrollo de la ciencia en México esté garantizado por una legislación que comprometa al Estado y que fortalezca a las instituciones académicas. Durante varios años colaboró en el área de ciencias sociales de la Academia Mexicana de Ciencias y más recientemente, en la defensa del Foro Consultivo Científico y Tecnológico. En los últimos meses compartió las inconformidades por la desaparición de los fideicomisos que, entre otras cosas, aseguraban el respaldo del Estado a instituciones científicas. En un foro a comienzos de diciembre de 2020 dijo, en alusión a esas decisiones del actual gobierno: “Les gusta imponer decisiones a nombre del pueblo bueno, no les gustan los organismos de consulta ni los contrapesos en las políticas en ciencia”. 

La política para la ciencia fue el tema del que se ocupó Rafael Loyola en varios de sus últimos artículos y especialmente en las tareas de investigación que realizó, con resultados tan venturosos, con nuestra colega Judith Zubieta García. El libro que ellos coordinaron, Vaivenes entre innovación y ciencia. La política de CTI en México, 2012-2018, fue presentado unos días después del fallecimiento de Rafael.

9. Loyola mantenía una constante y aguda curiosidad que lo llevaba a interesarse en temas muy variados. Su inquietud para ensanchar las fronteras del conocimiento convencional fue uno de los puntales de su obra como creador y defensor de instituciones y, desde luego, de su afán para que desarrollo científico tenga asideros firmes.

10. A pesar de un carácter que quienes no lo conocían bien podían considerar jactancioso, Rafael tenía un talante autocrítico que procuraba extender a las instituciones donde colaboraba. Con frecuencia insistía en que ni en las políticas públicas, ni en la academia, hay caminos únicos. Con ese afán se interesaba en la revisión de la historia del país y, desde luego, en el examen crítico de nuestra realidad política.

En agosto de 2009 Rafael quiso ser director de nuestro Instituto de Investigaciones Sociales. En una carta que envió a los colegas del Instituto describía así sus primeros años en el Instituto, al final de los años setenta: “…fue una época que me enseñó la relevancia de los espacios de reflexión y discusión, la importancia de la investigación en fuentes primarias, el significado del rigor intelectual y el valor de someterse al contacto y la colaboración con investigadores de otra instituciones, así como me instruyó sobre el papel que juega la conducción académica para dinamizar las instituciones, visualizar e impulsar el futuro, y para situar a cualquier organismo de investigación en la discusión de la problemática social del momento”.

Conocí a Rafael Loyola en el Sindicato del Personal Académico de la UNAM, a mediados de los años 70. Él era representante por el Instituto de Investigaciones Sociales y yo, por la Facultad de Ciencias Políticas. Lo traté en el seminario de don Pablo González Casanova cuando trabajábamos temas de historia sindical. Lo ví de nuevo cuando me cambié al Instituto en 1986 y él era secretario académico, durante la gestión de Carlos Martínez Assad. En 1990 Rafael, Luis Javier Garrido y yo fuimos electos delegados al Congreso Universitario en representación del Instituto. A Rafael y a mí nos tocó estar en la mesa III del Congreso, en donde se discutieron las propuestas de estructura académica y creamos los Consejos Académicos de Área. Coincidí con Rafael en numerosos episodios de la vida interna del Instituto, a veces a contracorriente de las opiniones de otros colegas. Durante décadas nos reunimos a cenar o comer de cuando en cuando, a veces con amigos como el también inolvidable Samuel León y en años más recientes con nuestro colega Álvaro Arreola.

La muerte resulta más dolorosa cuando es sorpresiva y nos resulta injusta cuando es tan prematura como ocurrió con Rafael. La tarde del 5 de enero, cuando nuestro amigo Álvaro me llamó para decirme que Rafael había muerto en Querétaro, el estupor se entremezcló con la aflicción. Cuatro meses después aún me resulta difícil hablar sin que me gane la emoción de las conversaciones con Rafael Loyola, de la tranquila pasión con la que asumía su trabajo, de sus severas exigencias frente a la que con razones llamaba mediocridad en la actividad académica y en la vida pública, de sus lecturas y gustos, de su generosa amistad que tantas veces acompañamos con viandas y vinos. Por eso he preferido enumerar algunos de sus rasgos como investigador y como defensor de las instituciones científicas.

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Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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