Cuidar la vida mediante ayuda mutua. Dos valores emergentes con la pandemia de COVID-19

Por Margarita Camarena Luhrs (IISUNAM) y José Luis Gómez Alaníz (SMGyE).

Como en estos momentos no se sabe cómo y cuándo terminará la pandemia del COVID-19, todo mundo experimenta distinto grado de riesgo, amenaza o peligro de muerte. La incertidumbre que esto provoca es una fuerza social inédita que nos mueve a todos por igual. En estas condiciones, emergen valoraciones distintas de la vida misma como de la ayuda mutua, entre otros, que rebasan prioridades económicas del mercado.

Durante la cuarentena que en México ya se ha prolongado hasta el 31 de mayo de 2020, se sabe y se siente la necesidad de proteger bienes y servicios esenciales para la vida social, como por ejemplo: salud, alimentos, agua, energía, trabajo, vivienda, transporte, comunicación, educación, así como el acceso a todo esto en condiciones económicas que si bien no son paralizadas por completo, si se ven necesariamente reducidas y restringidas por las medidas sanitarias que procuran contener selectivamente a los núcleos de contagio.

Si ingresos y pagos debieran ser equivalentes para todos por el simple hecho de estar vivos, la realidad es que no son iguales. Las asimetrías en los ingresos o según lo que se haga en los distintos trabajos genera utilidades muy distintas y los sueldos y salarios no corresponden con los márgenes de las utilidades. Estas diferencias en la capacidad de gasto aunadas a la informalidad del 56% de la economía como al desempleo, obligan a realizar trabajados de maneras extremadamente desiguales. Por lo que los recursos para enfrentarse a la pandemia también son muy distintos.

Así, nos consta que no pueden guardar cuarentena enormes sectores de empleados de supermercados y almacenes, los que distribuyen productos básicos, tampoco los encargados de su transporte, los choferes y almacenistas o el personal hospitalario. Tal como lo demuestran las críticas a las acciones gubernamentales en todo el mundo, surgen muy distintas percepciones acerca de qué medidas de cuidado y protección hace falta poner en práctica; y, así, surgen también distintas sensaciones de qué se estima urgente.

Estamos viviendo un cambio cultural no sólo mundial, que, si fuerza el aislamiento, no sólo tiene consigo a muy duros efectos introspectivos de un silencio abrumador. La normalidad que con todas las dificultades y tensiones del día a día, ya se vivía difícilmente hasta antes de noviembre o diciembre de 2019, quedó atrás. Cuando nos sentíamos más o menos seguros, ocurre esto del COVID-19. Y crece la sensación de que otra vez estamos perdidos. Ahora otra cosa nos acecha en todas partes.

Este futuro al que estamos llegando muy rápido, porque para cuidar y proteger la vida, se movilizan las fuerzas de la sociedad y se cuestionan las del Estado. Las dudas son muchas, que, si se actúa bien y para bien o, por el contrario, que la acción puesta en marcha responde a intereses autoritarios y mezquinos, que las capacidades médicas hospitalarias no alcanzarían, que grupos pequeños no pueden movilizar todo lo necesario, etcétera.

Entre los hechos, opiniones y recomendaciones que reportan medios de comunicación masiva serios e instituciones de salud mundiales autorizadas, emerge constantemente la necesidad de proteger a la vida misma. Al mismo tiempo que, para lograrlo, se abre paso sin cesar la ayuda mutua. Con este valor común, se organizan apoyos adentro de unidades habitacionales, se está logrando cierta prevención del contagio e incluso, respuestas más amplias y efectivas con redes de apoyo para detener la propagación de la enfermedad.

Darse cuenta con el COVID-19, de que la vida en sí es valiosa, está llevando a reconocer muchos otros valores sustantivos de la convivencia social. Lo importante son las prácticas solidarias emergentes. Sobre todo, prácticas que reintegran el hacer con lo que se ha hecho, el decir congruente con el actuar; y que están haciendo patente que, con la emergencia del valor de la ayuda mutua, también se aflora la confianza como bien común. Entre el miedo y estas esperanzas, quizás florezca una mejor sociedad.

Para hacer frente a la pandemia, pueden señalarse errores o fracasos de las respuestas estatales. También puede apreciarse que la gente está dándose una respuesta práctica, compasiva, a la crisis actual del desarrollo mundial. A medida que crecen mucho más los valores sociales puestos en práctica para cuidad la vida propia porque depende de la vida de todos, se cumple con otro valor bastante alejado del mercado.

El cambio cultural que vivimos en estos momentos proviene de muchas experiencias, lugares e influencias distintas. Darse cuenta de esta doble valoración que estamos poniendo en marcha a favor de la vida y de la ayuda recíproca, es clave para todos nosotros porque surgen de otra ética. En estos momentos de crisis, la tarea común es vivir real y virtualmente estos nuevos valores.

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Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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