Distancia social e investigación etnográfica

No sabemos qué normalidad va a venir después de la pandemia del COVID-19. ¿Podremos ir al supermercado sin que haya filas para entrar? ¿Podremos salir a dar un paseo al parque o al centro comercial? ¿Podremos viajar en avión con tarifas razonables o el costo incrementará de manera que aún menos gente podrá hacerlo? ¿Podremos ir al cine, al teatro, al restaurante, al bar con amigos o familiares? ¿Podremos asistir a la escuela como alumnos o docentes sin la preocupación de contagiarnos? ¿Podremos utilizar un transporte público caracterizado por ser como una lata de sardinas?

Seguramente, ninguna de estas preguntas se responderá afirmativamente sin un condicionante que restrinja la acción con un “sí, pero”. La normalidad que vendrá no será igual que la que vivíamos antes de la pandemia. Nuestra vida cotidiana se modificará de alguna u otra manera. En un inicio, sin duda, seguiremos teniendo menos movilidad y menos contacto social a razón del miedo y la incertidumbre que este nuevo virus ha sembrado entre nosotros. Algunos incluso, no querrán regresar a la normalidad que teníamos antes de la pandemia.

Esta transformación de la vida cotidiana se reproducirá en los distintos ámbitos de la vida política y económica.

Desde ahora los corporativos o las pequeñas y medianas empresas ya están valorando la posibilidad de extender el trabajo desde casa (con el home office), incluso cuando volvamos a la normalidad. En parte porque con ello bajarán sus costos de operación y, en parte, porque para algunos sectores esta modalidad de trabajo ha resultado ser más eficiente.

En el ámbito político será moneda de cambio en las promesas electorales y en los discursos y acciones políticas la atención (demagógica o no) de la problemática social y económica acaecida por la crisis sanitaria. Desde ya vemos cómo llueven las descalificaciones frente al oponente político por la acción u omisión frente a la pandemia.

Los que nos dedicamos a la academia y la docencia también veremos cambios en nuestra actividad. Tal como ya lo empezamos a hacer, tendremos mayor interacción on line con colegas que otrora encontrábamos en los pasillos de nuestras instituciones o en congresos y reuniones académicas; así como con los alumnos a quienes antes veíamos en las aulas. De igual manera, la forma en que hacemos investigación se verá trastocada.

De manera particular, quienes hacemos investigación etnográfica, sobre terreno y en interacción cara-a-cara con los actores sociales, tendremos que replantear nuestro acercamiento frente al distanciamiento social producido por la pandemia y la nueva normalidad. Ya no podremos ir a hacer trabajo de campo, al menos por un tiempo, con la misma libertad que antes. En un contexto marcado por la distancia social tendremos que buscar alternativas para construir conocimiento etnográfico. Pero, acaso ¿eso es posible?

Etnografía y distancia social parecen contraponerse diametralmente. Para hacer etnografía, los investigadores debemos imbuirnos en la realidad que nos interesa comprender y explicar; y, para ello, uno de los requisitos metodológicos es “estar ahí”. Los etnógrafos debemos trasladarnos a los contextos físicos donde interactúan los actores sociales. Debemos platicar con la gente, participar activamente con ella en su vida cotidiana. Pero en una situación marcada por la distancia social que ha dejado esta pandemia esto parece casi imposible.

Entonces, ¿cómo vamos a realizar investigación? Acaso ¿tendremos que renunciar, al menos temporalmente, a este método para hacer investigación social? ¿Será que con la pandemia y la nueva normalidad que parece seguirle, los investigadores sociales trabajaremos sólo con los datos generados desde la distancia social? ¿Nos será imposible construir, nuevamente, datos desde la interacción física con los sujetos?

Seguramente, quien ha hecho etnografía para construir conocimiento social, pensará, al menos, en tres alternativas: en la etnografía virtual, en la autoetnografía y en la paraetnografía. Si no podemos salir físicamente “a campo”, tendremos que buscar realidades virtuales aprovechando las tecnologías de la información y la comunicación para (re)construir etnográficamente las relaciones sociales on line que ahí acontecen. Otra opción implica echar mano de uno de los principales componentes metodológicos de la etnografía: la reflexividad. A partir de ella los etnógrafos podrían contar su experiencia con la autoetnografía desde el confinamiento social. También el trabajar de la mano, a doble pluma incluso, con los informantes para analizar la información desde la distancia nos acercaría a la paraetnografía. Eso implicaría compartir con ellos sus escritos y testimonios para nutrir nuestras reflexiones etnográficas.

Si bien estas opciones no son óptimas para explicar la compleja realidad que nos quedará después de la crisis sanitaria del COVID-19, en conjunción con otras estrategia metodológicas podrían permitirnos a los investigadores sociales construir conocimiento desde un nuevo “estar ahí” en interacción con los otros sujetos en nuevas situaciones etnográficas.

Esta entrada tiene un comentario

  1. Andrea

    ¿Podrían dar algunas referencias de estudios que utilicen la “paraetnografía”? ¿Se refiere PAR(investigación participación activa) y etnografía?

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