Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
Vivimos en una época de crisis global. Crisis climática, crisis de biodiversidad, crisis alimentaria. Pero hay una que rara vez se menciona y que está profundamente conectada con todas las anteriores: la crisis de nuestra relación con los animales no humanos. Desde la ganadería industrial y extensiva, hasta el uso de animales en espectáculos, en el turismo y en los laboratorios, nuestra convivencia con ellos está marcada, más que por la armonía, por la dominación. En este contexto, los Estudios Críticos Animales (ECA) emergen como una propuesta radical que no solo pone en tela de juicio esa relación, sino que busca transformarla desde sus raíces.
A diferencia de otros enfoques más tradicionales que analizan a los animales como objetos de estudio —biológicos, históricos, simbólicos o culturales—, los ECA parten de una convicción política y ética: los animales no humanos no son recursos ni herramientas para uso humano, sino sujetos/individuos con intereses propios, con capacidad de sufrir, de sentir y de vivir sus vidas por sí mismos. No se trata, entonces, de ‘hablar sobre animales’, sino de pensar y actuar junto a ellos, reconocer las violencias que sufren y proponer alternativas que no se limiten a reformas superficiales, sino que apunten a un cambio de paradigma verdaderamente justo e incluyente para todos quienes son sintientes.
Aunque los ECA son relativamente recientes —ya que se consolidaron como campo académico entre finales del siglo XX e inicios del XXI—, su genealogía está estrechamente ligada a movimientos sociales que los anteceden. El movimiento por los derechos de los animales, con figuras como Peter Singer y Tom Regan, puso en la agenda filosófica la cuestión del sufrimiento y los derechos morales de los animales. Mientras Singer apelaba al principio de igual consideración de intereses, Regan defendía que los animales tienen valor inherente, por lo que deben ser tratados como fines y no como medios.
Pero los ECA van más allá. Se nutren de los ecofeminismos animalistas —con autoras del norte global como Carol J. Adams y Lori Gruen— y del feminismo antiespecista —con las ideas de pensadoras hispanoparlantes como Catia Faria, Fabiola Leyton, Susana Cruz Aguilar, Rebeca Pérez Flores, y Juliana Granados—, quienes visibilizan cómo la opresión de los animales está entrelazada con el patriarcado, el racismo, la pobreza y otras formas de desigualdad estructural. También, los ECA dialogan con la teoría crítica, los estudios decoloniales y el posthumanismo, que cuestionan las jerarquías impuestas por el antropocentrismo y por la idea moderna de ‘lo humano’ como medida de todas las cosas. En conjunto, este nuevo campo interdisciplinario nos invita a repensar no solo nuestras prácticas, sino nuestras categorías más fundamentales: ¿qué es un animal?, ¿qué es un sujeto?, ¿quién es una persona?, ¿quién merece justicia?…
El corazón teórico de los Estudios Críticos Animales es el antiespecismo, es decir, la crítica a la discriminación basada en la especie. Así como el racismo o el sexismo se basan en una atribución arbitraria de inferioridad, el especismo presupone que los intereses de los humanos importan más que los de cualquier otro animal simplemente por no pertenecer a nuestra especie. Los ECA denuncian este prejuicio y proponen un modelo de justicia transespecie, en el que todos los seres sintientes tengan una voz, una protección legal y un reconocimiento ético. Sin embargo, este enfoque no pretende igualar a todos los animales en sus capacidades —porque evidentemente no somos idénticos—, sino reconocer que las diferencias no justifican el maltrato, la explotación ni el asesinato sistemático. La pregunta, entonces, ya no es ¿tienen los animales alma, razón o lenguaje?, como se preguntaban los filósofos clásicos, sino: ¿por qué su sufrimiento no nos importa (y nos debería importar)?
Uno de los aportes más valiosos de los Estudios Críticos Animales es su mirada interseccional. Es decir, su capacidad para conectar las violencias que sufren los animales con otras opresiones que atraviesan a los humanos. Por ejemplo, en muchas industrias cárnicas no solo se mata a millones de animales cada día, sino que también se explota a trabajadores migrantes en condiciones inhumanas, como ocurre en los mataderos de Estados Unidos o Europa. En la publicidad, el consumo de carne se asocia con estereotipos de masculinidad y poder, mientras que los productos “femeninos” se vinculan con la sumisión o la dulzura, reforzando roles de género. Esta interseccionalidad también genera tensiones. ¿Cómo hacer un activismo antiespecista que no reproduzca el racismo o el clasismo? ¿Cómo proponer el veganismo sin imponer una “ética blanca”, urbana, clasemediera, occidentalizada? Estas preguntas son cruciales para los ECA, que no buscan evangelizar, sino dialogar, tejer alianzas y reconocer las contradicciones del mundo en el que vivimos.
Además, dentro del campo, una de las grandes discusiones gira en torno a la diferencia entre dos posturas éticas en torno a los otros animales: el bienestarismo y el abolicionismo. El primero propone mejorar las condiciones de vida de los animales explotados: darles jaulas más grandes, evitar el sufrimiento innecesario, matarlos con más “humanidad”. Pero los ECA, en su vertiente abolicionista, critican esta lógica por mantener intacta la idea de que los animales pueden seguir siendo usados como recursos. Gary Francione, uno de los principales defensores del abolicionismo, sostiene que no podemos justificar la esclavitud animal con la excusa de que la hacemos más amable. Así, la meta no es mejorar el matadero, sino cerrarlo. No es diseñar zoológicos más éticos, sino dejar de encerrar animales por entretenimiento. No es permitir cierta experimentación si “vale la pena”, sino cuestionar el derecho mismo a tratar a otros seres como medios para nuestros fines.
Otro de los desafíos que asumen los ECA es superar el binarismo humano/animal. Este dualismo, profundamente arraigado en la filosofía occidental, ha servido para justificar la exclusión de quienes no se ajustan a la norma de lo humano: no solo los animales no humanos, sino también mujeres, personas racializadas, discapacitadas o no occidentales han sido históricamente “animalizadas”. Por eso, los ECA proponen un enfoque posthumanista, que desestabilice esa jerarquía y abra paso a una política de la interdependencia, donde los vínculos importen más que las categorías. En este marco, se revaloran conceptos como la agencia animal —la capacidad de los animales para actuar, resistir, escapar o negociar sus condiciones de vida—, así como la idea de que no hay naturaleza sin cultura, ni cultura sin cuerpos, afectos y relaciones más-que-humanas.
A diferencia de otros campos que permanecen encerrados en el hermetismo y privilegio académico, los Estudios Críticos Animales se nutren del activismo en las calles, de las denuncias públicas, de las experiencias comunitarias y también del arte. Documentales como Earthlings o Dominion han mostrado al mundo la crudeza de la industria animal. Ilustradores como Sue Coe han puesto en imágenes lo que muchos prefieren no ver. Colectivos como The Save Movement organizan vigilias frente a mataderos para acompañar a los animales en sus últimos momentos y generar conciencia a través de la acción directa. Estas prácticas no son solo formas de protesta; también son formas de conocimiento. Porque no se trata de leer sobre el sufrimiento animal en un libro, sino de estar allí, de mirar a los ojos a un cerdo transportado hacia la muerte, de sentir la urgencia de actuar.
Así, los Estudios Críticos Animales también se enfrentan a grandes desafíos. Por un lado, deben evitar el riesgo de hablar en nombre de los animales sin escucharlos, de caer en una forma de “salvacionismo” que repita las lógicas coloniales bajo un disfraz compasivo. Por otro lado, deben encontrar modos de dialogar con otros movimientos sin que la causa animal sea vista como una preocupación menor o burguesa. Y, sobre todo, deben luchar contra una cultura que ha naturalizado la violencia hacia los animales hasta volverla invisible. Pero también hay esperanza. Cada vez más personas se preguntan qué comen, de dónde viene su ropa, qué implica ir a un zoológico o comprar un producto testeado en animales. Cada vez más comunidades buscan formas de vida sostenibles, éticas, respetuosas. Y en ese camino, los ECA tienen mucho que aportar.
Los Estudios Críticos Animales deberían importar simplemente porque vivimos en un planeta compartido. Porque no hay justicia social sin justicia ecológica, y no hay justicia ecológica sin justicia animal. Porque la forma en que tratamos a los animales dice mucho sobre la forma en que tratamos a los demás humanos, y a nosotros mismos. Porque, como señala la jurista Maneesha Deckha, humanizar lo no humano ya no es suficiente: necesitamos cuestionar lo que entendemos por humanidad, por naturaleza, por vida.
Los ECA no son solo un campo de estudio, sino un llamado a mirar el mundo con otros ojos. Nos invitan a cuestionar lo que siempre se nos presentó como natural: comer carne, usar cuero, ir al circo, comprar cosméticos testados en animales. Nos invitan a imaginar otro mundo posible, uno en el que la justicia no tenga fronteras de especie. Y, sobre todo, nos invitan a actuar, porque no basta con saber que las cosas están mal, sino que hay que cambiarlas.
¡Qué bella reflexión! Todo el texto es ejemplo de la radicalidad de los ECA, pues no se tratan sobre el mero estudio, sino de un cambio sustancial en la forma de pensar y actuar.