Cómo encontrarse y mantenerse en contacto durante la Pandemia

Hasta el extremo llegan las cosas con la Pandemia que si…

Prometí que estaría a tu lado hasta el final, para tomarte de la mano y cuidarte“, resulta que en estos momentos estoy tan lejos de ti y tú de mí. ¿Cómo puedo lidiar con esta larga despedida impuesta por el SARS-CoV-2? Cómo vivir, si no sé si te están cuidando o si tienes miedo y posiblemente estas muy solo (a) en este mundo, en estos momentos.

Además del sufrimiento de los seres queridos infectados en el hospital, está el propio dolor de los miembros de la familia, el mismo sufrimiento avanza expandiéndose a lo largo de la atmósfera que todos nosotros respiramos en todos lados. El dolor personal y colectivo no se ha convertido en un amigo, sino casi como si la muerte fuera parte de la familia.

Así que a vivir todo esto para entenderlo, ¿cómo? Incluso si a largo plazo fuera algo racional que tal vez pudiera hacerte sentirte mejor y que ciertamente la experiencia común demuestra como eficaz, es muy difícil lograr esto de “amigarte” con el dolor por la pérdida de un ser querido. Incluso, está siendo muy difícil aceptar, mundialmente, la pérdida y suspensión de tu vieja normalidad. Será útil tomar consciencia de lo real, seguir compartiendo aquello de lo que uno se va dando cuenta. No obstante, todos estos intentos resultan superficiales e insensatos para un corazón roto, que no puede dejar de permanecer herido y abierto, sin remedio.

Que si es hora de enfermarse del SARSCoV-2, ¿Para quién sería bueno infectarse y morirse sin remedio porque su sistema inmunológico y toda su vida, no pudo dejar de seguir siendo igual que antes? Que sin duda es hora de sanar, pues sí: ya es muy larga la presencia tan desconocida como acechante de la muerte. Pero de qué sería momento de sanar. Bueno, desde antes de la Pandemia se sabe que es mejor enfrentarse a la tristeza que tratar de eliminarla. Todos conocemos los beneficios de ver y aceptar cosas de verdad, liberar lo que es doloroso, para poder deshacerse de sus pesos y presiones posteriores.

Aun así, ¿qué se puede hacer con el amor -y todos los sentimientos- que se tengan por seres queridos fallecidos? ¿Abrazar el dolor y la tristeza? ¿Cómo se puede hacer eso? Es difícil de entender. Quizá lo que pasa pueda ser más claro al reconocer que aprendimos de las diversas experiencias de muerte que se fueron normalizando a lo largo de nuestras vidas.

Durante el nacimiento -saliendo de la fuente de nuestras madres-, la infancia, la adolescencia, la madurez y la vejez, hasta que nos despedimos de este mundo, abrazando lo que se pueda sentir como una muerte más definitiva y desde el hecho de que ya no nos mantendremos al día. A través de estas muchas muertes vividas adquirimos, entre muchas otras cosas, una forma de expresar dolor para ganar afecto, atención, cuidado, calor, un poco de miel, y a recibir amor y afecto.

¿Qué se puede hacer con tantas restricciones y aislamiento?

La vida como la muerte son inseparables de la muerte como del paso del tiempo:

Si no puedo visitarte en tu casa ni en el hospital, ‘pensaré en ti’ todas las noches. Voy a encenderte una veladora y una pajita de incienso. En tu nombre, voy a saludar con al Sol cada la mañana. Voy a tocar un poco de música hermosa para ti, porqué así estarás en mí, yo en ti, los dos juntos.

Después de todo, nuestras mentes, cuerpos y emociones son tan inseparables como pueden ser separados otros lugares y desdobladas muchas situaciones. Podemos hacer puentes a distancias de muchas maneras. Con un simple ‘estoy pensando en ti’ aflora una conexión amorosa. Con pensamientos de amistad también se puede hacer mucho para los demás que están aislados, lejanos y enfermos, para apoyar y mantener el contacto con las distintas casas de las que somos parte con las madres y los padres, hijas, hermanos o las abuelas y toda clase de amigos.

A lo largo de la Pandemia, la vida llega a su fin y muere trágicamente y de muchas otras maneras. Aun así, el amor brota incesantemente. Y no me refiero sólo a los ritos funerarios del “descansa en paz” que hay en todo el mundo. Lo que puede valer en estos tiempos de despedida y de paz forzosa, es el hecho de que el Amor pueda ser más fuerte que la Muerte. Tan sólo porque ¿qué más que el amor puede sobrevivir después de tantas muertes con las que la Pandemia se ha cobrado su paso en estos días? Así que, vida y vidas de los seres amados, hechos pedazos, seguirá siendo el amor que prodigaron, que recibieron de los demás y el amor que sembraron lo que prevalezca ante la muerte por la Pandemia.

¿Qué se puede hacer ahora?

Para detener lo que causa estos terribles tiempos de desequilibrio antinatural y antropogénico de la vida. Para cambiar estas terribles condiciones sociales de vida, injusticia, desigualdad, violencia, junto con reducir el calentamiento global, la destrucción de la vida en bosques, selvas, desiertos y océanos se sabe bastante que habrá que producir cambios permanentes para que no se repita lo que ha creado y propagado ampliamente de SARS-CoV-2, y que sigue dislocando la vida cotidiana de todos.

En estos tiempos de la (dis)continuidad promovida por la Pandemia, todavía no hay fronteras a este fenómeno inmunológico. La gente está haciendo lo que puede. El gobierno y las empresas tratan de hacer lo que solían hacer. Y las personas por sí mismas mezclan aprendizajes, experiencias, reflexiones y descubrimientos, abriendo otros caminos a las comunicaciones y desarrollando para sí medidas de “Inter protección” y cuidado mutuo. Entonces, ahora, parece surgir otra relación común, haciendo recomendaciones, aunque también expandiendo fantasías sobre los virus Pandémicos.

¿Termina el amor?, ¿Se puede detener la muerte?

Como resultado de las experiencias de la Pandemia, es posible que la muerte y, por supuesto, la plenitud de la vida y la belleza que es el amor en nuestras vidas, cobre mayor valor. Lo que sucede es si bien se abandonan tabúes de sentimientos personales y familiares, cobra o recobran sentidos las sensibilidades constructivas y creativas. Amor y ternura que habían sido dejados a un lado y lejos, se recobran ya no solamente como motor del consumo. Aun así, no hay duda de que las personas seguimos siendo más bien apreciadas como cosas, y que las cosas son valiosas como si poseyeran más que propiedades funcionales, otras cualidades humanas y divinas, que trastocan los sentidos de las relaciones humanas y de los intercambios sociales por lo que estos tiempos que son tan crudos, resultan muy difíciles de vivir.

Alienación con sus prácticas emocionales destructivas repetitivas, sólo empeoran lo que estamos viviendo. Incluso inconscientemente y sin querer hacerlo, estos días están descubriendo pistas muy importantes de la existencia: algo oculto, tal vez olvidado, pero de gran importancia para afrontar nuestros desafíos. El significado de la ayuda mutua solidaria y fraternal; del amor, la vida y la muerte, con los que a cada uno de nosotros puede compartir su cuta de ser humanos.

En este momento, ninguno de nosotros ha experimentado nada como la Pandemia. Desafortunadamente hemos vivido o tenemos recuerdos de innumerables guerras, crisis económicas o financieras, diferentes tipos de tragedias humanas y naturales, y debido a fenómenos naturales devastadores. Ahora hay una gran diferencia porque la tecnología y la cercanía virtual nos están llevando a otro tipo de desconexión de las relaciones reales, formar amor real y muerte en la Pandemia.

Cuerpos y emociones de los que todos estamos hechos juntos, estamos viviendo a través de la desesperación, de las heridas causadas por el peligro surgido por la Pandemia, unas extrañas mezclas de miedo, falta de control y falta de la normalidad que conocíamos, además de las expectativas de enfermedad, escasez y pobreza. Pero los dolores de las separaciones, el sufrimiento y todos lo obscuro que había pasado desapercibido dentro de nosotros, sale a flote. Lo grave, por más que pueda ser un rumbo evolutivo inexorable, es que todo esto nos lleve a una mayor ruptura, a una especie de muerte de todos dentro de nosotros mismos, y que está causando una profunda angustia que marcará la época.

Que ¿cómo nos sentimos?

No estábamos preparados para lidiar con las fuerzas pandémicas que se muestran en todo el mundo, incluso a un año después. Estamos aprendiendo con grandes costos sociales y naturales. Por lo tanto, podemos constatar que lo peor de las peores crisis tal vez sean los efectos emocionales. Si esta situación de salud masiva nos obliga a quedarnos en casa, enfrentándonos a los casi desconocidos que somos cada uno, ahora estamos resultando un poco menos abandonados a nuestra suerte, aunque sea muy perturbador, hacernos tan visibles.

Si no sabemos cómo mantenernos en paz ni descansar, este aislamiento sin las “distracciones”, que nos ofrecían un lugar para hacer a un lado los sentimientos que tenemos y vivir suponiendo que teníamos todo bajo control. Si sólo se pasaba el tiempo suficiente con la familia y si nada más que la rutina, es muy desconcertante, porque no es posible, seguir con eso salirse y encontrarlo todo, afuera. En estos momentos no es posible fácilmente lo de poder olvidarse de los que nos rodean. Regresar a la “Vieja Normalidad”, ya no es posible. Entonces qué se está haciendo con las emociones artificiales que eran el sustento de cada día.

Aun poco se sabe. La Pandemia nos obliga a repensar todas nuestras relaciones. A enfrentar raíces, historia, antepasados y herencias genéticas que han acumulado heridas a nosotros mismos, a los demás y que han sembrado aquellos actos que lastimaron a la Tierra. En este nivel y ahora, nos damos cuenta humildemente, por una vez, de que somos demasiado finitos y frágiles, de que las capacidades catárticas de la muerte propagada por el SARSCoV-2, son mantenidas por la misma vida. Tener la vida dentro de la muerte es difícil de comprender como una cualidad amorosa.

Nos damos cuenta de que la muerte de ayer se supone que era invisible, distante y silenciosamente silenciada, es ahora, y puede ser bastante pronto, incluso hoy, algo que está acercándose y observándonos a todos. Sobrevivir a la Pandemia, hace patente qué tan incapaces de elegir estamos. El encierro ha sido tan persistente que duele con su grosera cercanía. Sin embargo, encerrados entre cuatro paredes, adentro de tus recuerdos, de tu piel e imágenes, sólo con tus ideas, tan sólo contigo mismo, y ya sin las distracciones rutinarias de la vida ¿qué te pasa?, ¿qué estás sintiendo?

Vivir las 24 horas del día, con esos patrones dolorosos repetidos tanto que resultan demasiado conocidos, nos están volviendo bastante locos. Es difícil escuchar en nuestros hijos ecos de nuestras lesiones infantiles. Y mira a la pareja que elegimos sin poder dejar de aumenta los conflictos que no hemos resuelto. El miedo, el dolor, el (des)apego, mucha incertidumbre, aparecen renovados. Aunque así sea, al mismo tiempo emergen otros valores. Un enorme desapego a las cosas, el materialismo se está convirtiendo en un sentimiento lejano. Surgen otras prioridades de maneras que nunca imaginamos que fueran posibles. Las palabras calladas, resentimiento tantas veces oculto, ahora desaparece porque el miedo a que nuestros seres queridos se enfermen o pueden infectarse o morirse, están demasiado presentes.

Por último, esperando que pronto se acabe la pandemia, se puede estar de acuerdo con que, si por ahora no lo parece, más adelante posiblemente sí resulte que “el Amor es más fuerte que la Muerte”. Teniendo en cuenta que tal vez, el “objetivo de la vida sea morir joven, lo más tarde posible”. Tal vez, sobre todo para aquellos que hayan sufrido las fatales consecuencias del SARS-CoV-2, serán más significativas las asombrosas palabras de Gabriel García Márquez escritas una vez en términos que: “Lo único que me duele de morir es que no es de amor” (Amor en los tiempos del cólera).

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Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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