El turismo oscuro. Una mirada crítica desde la vida, la muerte y el deseo de saber

Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

Memorial del genocidio en Kigali. Fotografía: Martijn Munneke/ Wikimedia Commons

La muerte es una certeza universal que despierta, al mismo tiempo, temor, fascinación y deseo de comprender. El turismo oscuro es una práctica que se construye en torno a esa tensión emocional y existencial. Se trata de un tipo de desplazamiento turístico que tiene como motivación —explícita o latente— el deseo de visitar sitios asociados con el sufrimiento, la violencia, el desastre o la muerte. Pero, ¿cómo conceptualizar un fenómeno tan complejo? ¿Es morbo o pedagogía? ¿Es curiosidad o conmemoración? ¿Qué lo diferencia de una peregrinación o de una visita patrimonial?

Muerte, memoria y atracción turística

A lo largo de la historia, las personas han visitado lugares relacionados con la muerte. Desde las catacumbas romanas hasta los campos de batalla, los cementerios monumentales o los santuarios religiosos, estos sitios han operado como espacios de contemplación, consuelo, recuerdo, historia y fe. Sin embargo, el fenómeno del turismo oscuro implica algo más: una articulación intencional entre esos lugares y la industria turística. No basta con que el sitio esté asociado a la muerte. Es necesario que se establezca un flujo de visitantes, una narrativa, una infraestructura y una forma específica de consumo. Así, el turismo oscuro emerge no sólo como una categoría de destinos, sino como un proceso social y cultural de interpretación y mercantilización del sufrimiento.

Según el antropólogo Bronislaw Malinowski (1948), la muerte representa uno de los misterios irresueltos de la humanidad, y su presencia constante genera angustia social. Frente a esto, las culturas han creado rituales, monumentos, prácticas simbólicas y narrativas para domesticar el horror. El turismo oscuro se inscribe en esa tradición, pero bajo los códigos de la modernidad tardía y la economía de la experiencia. Hoy, visitar un campo de concentración, un memorial por genocidio, una zona cero tras un atentado, un cementerio célebre o una plaza de toros forma parte de los circuitos turísticos internacionales. ¿Qué nos lleva allí?

Uno de los debates centrales en el estudio del turismo oscuro es si se debe definir por la naturaleza del sitio visitado o por la motivación del turista. Algunos académicos, como Seaton (1999), priorizan las motivaciones individuales. Para él, lo que define al turismo oscuro es el deseo explícito de tener un encuentro, real o simbólico, con la muerte, especialmente con la muerte violenta. Otros, como Lennon y Foley (2000), enfatizan el sitio y su carácter de ‘producto turístico’, es decir, el hecho de que haya sido construido, promovido y consumido como lugar asociado a la muerte. Esta diferencia tiene consecuencias prácticas: ¿es turismo oscuro visitar el Museo del Holocausto por interés histórico o educativo? ¿O solo si el visitante busca experimentar emociones relacionadas con el sufrimiento?

Las motivaciones son múltiples y pueden superponerse. Según Tarlow (2005), los turistas pueden sentirse impulsados por una curiosidad intelectual, un deseo de aprendizaje histórico, una necesidad espiritual, una fascinación por lo macabro o incluso una forma de nostalgia restauradora. También pueden buscar reafirmar su identidad nacional, experimentar emociones intensas desde un lugar seguro o sentir una conexión con víctimas de acontecimientos trágicos. En ese sentido, no hay una motivación única ni pura. Como en muchas prácticas culturales contemporáneas, el turismo oscuro está atravesado por ambigüedades y contradicciones.

¿Qué lo hace oscuro?

El término oscuro en este contexto no se refiere solamente a la muerte, sino a su representación, su mediación cultural y su transformación en espectáculo o mercancía. Miles (2002) y Stone (2005) han propuesto tipologías que permiten distinguir diferentes niveles o ‘tonos’ de oscuridad, dependiendo del grado de proximidad con el hecho mortal, la intención de la visita y la forma de presentación del sitio. En este espectro caben desde los memoriales solemnes hasta los museos de tortura o los recorridos de asesinatos famosos. Esta clasificación no es trivial, pues ayuda a reflexionar sobre los límites éticos de esta práctica: ¿cuándo el recuerdo se convierte en consumo superficial? ¿Cuándo la pedagogía se disuelve en espectáculo?

En este punto, la crítica se vuelve inevitable. Strange y Kempa (2003) advierten sobre el riesgo de trivialización de la muerte cuando los sitios de conmemoración son comercializados sin sensibilidad histórica ni compromiso ético. El turista, al consumir estos espacios, también es moldeado por ellos: interpreta el pasado, se posiciona frente al dolor ajeno, y en algunos casos, reafirma estereotipos, narrativas nacionalistas o formas de superioridad moral.

De la conmemoración a la mercantilización. Entre la pedagogía y el espectáculo

El proceso por el cual un lugar se convierte en un sitio de turismo oscuro suele seguir varias etapas. Generalmente, todo comienza con un evento relacionado con la muerte: una tragedia, un desastre, una guerra, un crimen colectivo. Luego viene la conmemoración, a través de rituales, monumentos o prácticas culturales. Posteriormente, el lugar recibe visitantes, algunos con vínculos personales con el hecho, otros movidos por el interés, la curiosidad o el marketing. Finalmente, se produce la comodificación: la transformación del sitio en un producto turístico, con entradas, recorridos guiados, tiendas de recuerdos y discursos empaquetados (Van Broeck y López, 2018).

Este proceso es complejo y no exento de tensiones. Muchas veces, la comunidad local no tiene el control del relato ni de los beneficios económicos derivados del turismo. Además, la memoria colectiva se ve afectada por los intereses comerciales, los discursos oficiales y las expectativas de los turistas. ¿Qué se recuerda? ¿Qué se omite? ¿Qué se transforma en espectáculo?

Cohen (2010) ya advertía sobre la “autenticidad” como una construcción social sujeta a las expectativas del consumidor. En el caso del turismo oscuro, esto implica que el visitante puede estar más interesado en ‘lo que imagina’ del lugar que en lo que realmente ocurrió. La memoria, entonces, se vuelve negociable, escenificada, empaquetada para el consumo. A este fenómeno se suma el papel de los medios de comunicación, que no sólo dan visibilidad a estos sitios, sino que también moldean la forma en que los turistas los interpretan.

Una de las preguntas éticas más relevantes en torno al turismo oscuro es si realmente promueve la reflexión o si simplemente alimenta el morbo. Para algunos, visitar estos sitios puede ser una experiencia transformadora que permite conectar con el sufrimiento humano, cuestionar la violencia estructural o comprender mejor los procesos históricos. Para otros, se trata de una forma de entretenimiento disfrazada de interés cultural. El problema, sin embargo, no está en la práctica en sí, sino en cómo se organiza, comunica y experimenta.

La línea entre conmemoración y consumo es delgada. Como señalan Morten, Stone y Jarratt (2018), en el turismo oscuro esa frontera se difumina constantemente. Algunos sitios se esfuerzan por mantener un tono respetuoso, educativo y crítico; otros, sin embargo, reproducen discursos simplistas, estereotipos y hasta revictimizaciones. Esto plantea un reto importante para quienes gestionan, estudian o participan en estas prácticas: ¿cómo lograr una experiencia que sea ética, sensible y crítica?

Reflexión final: mirar la muerte para pensar la vida

Hablar de turismo oscuro no es hablar solamente de un nicho de mercado o de una moda pasajera. Es abrir una ventana al modo en que nuestras sociedades enfrentan —o evitan— el dolor, el duelo, la historia y la alteridad. Es preguntarse por las formas en que construimos memoria, por los valores que atribuimos al sufrimiento ajeno y por el papel que juega el turismo en esa construcción.

Como práctica, el turismo oscuro puede ser una herramienta pedagógica o una forma banal de entretenimiento. Como fenómeno social, revela tanto nuestra fascinación por la muerte como nuestras contradicciones frente al consumo del dolor. Y como objeto de estudio, exige una mirada crítica, sensible y profundamente ética.

En definitiva, el turismo oscuro no habla solo de la muerte: habla de nosotros, de nuestros miedos, deseos y formas de habitar el mundo. Nos confronta con una paradoja: en tiempos de espectacularización y consumo, incluso la muerte puede volverse mercancía. Pero también puede —si se construye desde la empatía, el respeto y la memoria crítica— abrir caminos para pensar la vida desde otra luz.

Fuentes de consulta:

Cohen, E. (2010). Tourism, leisure and authenticity. Tourism Recreation Research, 35(1), 67–73.

Lennon, J., y Foley, M. (2000). Dark tourism: The attraction of death and disaster (2nd ed.). London: Continuum.

Malinowski, B. (1948). Magic, science and religion. Garden City, NY: Doubleday.

Miles, W. F. S. (2002). Auschwitz: Museum interpretation and darker tourism. Annals of Tourism Research, 29(4), 1175–1178.

Morten, R., Stone, P. R., y Jarratt, D. (2018). Dark tourism as psychogeography: An initial exploration. En P. R. Stone, R. Hartmann, T. Seaton, R. Sharpley, y L. White (Eds.), The Palgrave handbook of dark tourism studies (pp. 227–255). London: Palgrave Macmillan UK.

Seaton, A. V. (1999). War and thanatourism: Waterloo 1815–1914. Annals of Tourism Research, 26(1), 130–158.

Stone, P. R. (2006). A dark tourism spectrum: Towards a typology of death and macabre related tourist sites, attractions and exhibitions. Tourism: An International Interdisciplinary Journal, 54(2), 145–160.

Strange, C., y Kempa, M. (2003). Shades of dark tourism: Alcatraz and Robben Island. Annals of Tourism Research, 30(2), 386–405.

Tarlow, P. E. (2005). Dark tourism: The appealing “dark” side of tourism and more. En M. Novelli (Ed.), Niche tourism: Contemporary issues, trends and cases (pp. 47–58). Oxford: Elsevier Butterworth-Heinemann.

Van Broeck, A. M., y Lopéz Lopéz, A. (2018). Turismo oscuro: De la conmemoración a la comodificación de la muerte, los desastres y lo macabro. Teoría y Praxis, 24, 23–68.

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