Itinerario por una ciudad reapropiada

La pandemia por Covid-19 ha marcado un tiempo común: un antes y un después. Esta ruptura ha sido experimentada colectivamente, pero cada persona ha asumido el reto de superarla y recomponer la vida en medio de la incertidumbre. Una de las maneras para superar esta situación ha sido la reapropiación de los lugares significativos previos a la crisis sanitaria. Nuestra relación con los espacios públicos ha cambiado. Ahora, nos hemos vuelto más conscientes de los lugares a los cuáles debemos o deseamos dirigirnos. En tiempos de pandemia hemos reducido nuestros tránsitos y estos han adquirido una racionalidad estratégica: ir al supermercado, sacar la basura, atender necesidades médicas. Pero hay otros recorridos marcados por la emotividad y el deseo, tránsitos por lugares significativos, donde la vida se ha recreado. ¿Cómo nos hemos vinculado con estos lugares dejados atrás?

A casi un año de iniciadas las restricciones de movilidad, la invitación a grabar una postal en movimiento fue un pretexto para volver a la UNAM. Elegí el campus porque es un lugar que apela a la memoria de quienes participamos en el Laboratorio de Etnografía, y quise que desde nuestros recuerdos y emociones pudiéramos recorrer nuevamente la Ciudad Universitaria (CU), donde ha transcurrido buena parte de nuestras experiencias de formación. La postal que comparto es un recorrido que redescubre un lugar significativo en tiempos de pandemia.

Desde el 17 de marzo de 2020, la UNAM inició la suspensión paulatina de sus actividades. Al momento de grabar esta postal, en febrero de 2021, la medida continuaba. Las instalaciones estaban disponibles para algunos trámites, por lo que estaba parcialmente abierta, y solo era posible transitar por sus espacios exteriores. Cuando llegué al campus, caminando, me enfrenté con las entradas peatonales cerradas. Entré por la puerta de automóviles. Recorrí sus vías internas sin advertir carros o estar a la espera del Pumabus (el servicio de transporte interno). Había matorrales que llenaban de verde las entradas de concreto de los edificios, caminé sobre las aceras mientras veía que por las vialidades circulaban algunos trabajadores de la universidad, administrativos y de seguridad; además, corrían, patinaban y montaban bici algunas personas. Al poco tiempo yo también caminaba por la vía. Recorrí el perímetro de la reserva ecológica natural que se integra con muchos edificios del área sur del campus. Cuando decidí grabar, me hice visible: me arrodillé, instalé una especie de trípode y ante la mirada curiosa de algunos transeúntes fui una persona más pasando su tiempo libre.

La postal que comparto muestra parte de mi recorrido. El ruido de la calle y los autos de la entrada peatonal de la avenida del Imán, donde inicié el recorrido, fue quedando atrás al adentrarme en el campus. Así el paisaje sonoro se transformó dando paso a los silbidos de las corrientes de viento, al canto de los pájaros, a las exhalaciones de las personas que se ejercitaban, al sonido de uno que otro carro y uno que otro avión que cruzaba el horizonte. Cada una de las paradas implicó disponerme a otro ritmo, pausar la marcha con la que solía recorrer la universidad y observar con detenimiento lo que pasaba a mi alrededor. Pensé en cuántas clases no estarían ocurriendo en ese momento por Zoom cuyo soporte institucional reposaba en esos edificios vacíos, y me pregunté qué tendríamos en común quienes hacíamos presencia en la Ciudad Universitaria ese día. ¿Qué relación podría tener el corredor que llevaba una sudadera de Batman, la persona que paseaba a su perro y el trabajador de la universidad? ¿Cómo se entrecruzaba mi vida con la del ciclista y el fotógrafo que, al igual que yo, intentaba captar su imagen? Pensé que nos unía el deseo por habitar la universidad como un espacio público.

Durante la pandemia, al interior de nuestros hogares se combinaron todas nuestras actividades: las afectivas, las laborales y las políticas. Sin embargo, si bien de puertas para adentro hubo una dilución de las esferas de la vida, de puertas para afuera la distancia entre lo privado y lo público se profundizó. Los espacios interiores se convirtieron en escenarios de recreación de la vida personal y social, y lo público era un lugar de peligro, que idealmente debía ser deshabitado, del que teníamos que resguardarnos, o que solo podíamos habitar individualmente siguiendo estrictas reglas. Más allá de la necesidad de la medida o de su cumplimiento, la norma se reprodujo en los imaginarios, en la propaganda oficial, en los medios de comunicación. Esta representación implicaba una idealización de los hogares como si estos fueran adecuados para la reproducción de la vida social y personal. No contemplaba las brechas económicas que marcan el acceso a servicios, empleos y viviendas dignas, ni tampoco las dinámicas de violencia. Por ello, no se hicieron esperar múltiples desafíos: la permanente presencia de habitantes de calle, el tránsito de personas que viven de las economías informales, la toma del espacio público para la denuncia de hechos de violencia y reivindicaciones políticas. Simultáneamente, otros desafíos también fueron evidentes, aunque más silenciosos. Esos fueron los que atestigüé al momento de grabar mi postal en movimiento.

Recientemente leí un artículo titulado: “¿Qué pasa con las ciudades cuando somos libres para deambular?” (Pinto, 2020). Como su autor intenta responder, ver los espacios públicos más vacíos nos hizo pensar y ganar consciencia sobre los usos y potencialidades que damos a aquello que se encuentra afuera de nuestros hogares. Así, durante la pandemia muchas acciones en el espacio público han sido activamente decididas por los sujetos sociales, por ejemplo, ir al campus universitario o salir a marchar. Además, Pinto también menciona que tener espacios para deambular nos ha permitido romper la lógica de circulación comercial y de tránsito bajo la cual fueron planeados y edificados muchos espacios urbanos, incluyendo la Ciudad Universitaria.

El campus también fue pensado para el tránsito, para garantizar desplazamientos de un edificio a otro, y mantiene una idea productiva de la academia que prioriza las actividades al interior de sus aulas. Por eso, en sus espacios exteriores se privilegian las paradas para el servicio de transporte interno, las vías para los autos, hay aceras en mal estado y no hay muchos sitios para sentarse o tomar sombra. Cuando me dispuse a grabar, cambió mi lógica de apropiación del campus: los lugares para el tránsito se convirtieron en espacios de contemplación y ocio, incluso las grandes vías. También para quienes se ejercitaban allí era un cambio. La ciudad universitaria al medio día nunca antes había sido tan buen lugar de pajareo, pista de ciclismo, atletismo, patinaje e incluso set de fotografía y video. Sus vialidades ya no tenían un afán de circulación sino de apropiación cotidiana para el ejercicio y el cuidado. Con ello, quienes estábamos en CU desafiamos la nueva norma de la pandemia y el sentido que el campus tenía previo a esta.

Los que ocupamos ese martes el campus fuimos conscientes de este como un lugar de apropiación. Quienes coincidimos allí, mostrábamos que los espacios y nuestra construcción personal (necesidades, deseos, gustos) se encuentran imbricados, sin poder distinguir claramente entre las fronteras de lo público/privado-íntimo. Por eso, habitamos la ciudad articulando nuestras emociones, transitando y enlazando diferentes lugares significativos (Lindón, 2017): los hogares y la universidad, pero también otros (el tianguis y los parques, por ejemplo). Para nosotros el campus tiene otros sentidos que rebasan la idea de tomar clases y que articulan nuestras vivencias personales y colectivas. Sin embargo, su disposición material no lo refleja.

Por ello, además de pensar qué hacer con los espacios ahora un poco más vacíos, de denotar las lógicas productivas y de circulación que desincentivan la inversión personal y corporal de los espacios de lo urbano y de CU, es pertinente cuestionarnos cómo generar consensos y diálogos sobre los espacios habitados, sus usos y relacionamientos. Una vez vuelvan las actividades universitarias a la presencialidad, ¿seguiremos desafiando la distribución material del campus y seguirá siendo un espacio para el tránsito ocioso y la afirmación personal por medio de la apropiación corporal cotidiana? Si bien estos usos del campus son individuales en su mayoría, ¿podríamos discutir colectivamente lógicas menos productivas y transitorias sobre el campus?, ¿cómo se articularán estos nuevos usos con los anteriores, pervivirán o chocarán?

Todas estas preguntas están empezando a resolverse fuera del campus. Pensar que la pandemia va a acabar es imposible hoy, pese a la reapertura parcial o la reactivación de ciertos sectores. El virus hace parte de un presente continuo que vivimos y que está en nuestros imaginarios. Por ello, nos enfrentamos al reto de negociar reflexivamente las maneras de habitar la ciudad con nuestra memoria y temores sobre el virus, los dilemas de la ocupación de la calle y la agudización de las desigualdades socioeconómicas que la pandemia ha traído. Pese a que la UNAM dio cumplimiento a las medidas de distanciamiento social, ha alojado a cientos de personas en exámenes de admisión o jornadas de vacunación, y sus instalaciones están rodeadas de espacios altamente transitados: estaciones de metro, hospitales, tianguis, plazas comerciales. ¿Por qué entonces la universidad se ve tan vacía y guarda un ritmo de pandemia? Las fronteras físicas de la universidad ¿a quiénes permiten ingresar y a quiénes excluyen? ¿Los desafíos cotidianos que muestra esta postal están abstraídos de lo que pasa afuera de la universidad? ¿Puede esta reapropiación del campus articularse con otras formas de habitar la ciudad? Estas preguntas deberían guiarnos para construir consensos y nuevas apropiaciones sobre lo público y lo urbano, para dialogar sobre otras maneras de construir la ciudad y guiarnos por un camino de redescubrimiento colectivo sobre los cambios y deseos que imaginamos en la pandemia.

 

Referencias

 

Lindón, Alicia (2017). “La ciudad movimiento: Cotidianidades, afectividades corporizadas y redes topológicas”. Inmediaciones de la Comunicación, 12: 107–126.

Pinto, Juan Sebastián (2020). What Happens to Cities When We Are Free to Roam? [en línea]. Disponible en <https://www.dwell.com/article/future-of-urban-planning-coronavirus-pandemic-8e37f9c0?> (consulta: 1 de julio de 2021)

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